Mejorarás porque así debe ser

La siguiente historia está basada en hechos reales. Arreglado y mejorado del borrador original. Escrito originalmente en 2004 y 2005. Inspirado en los fallecimientos de mi abuela y mi papá, y la infancia de mi mamá. Disfruten y en tiempos de COVID abracen con fuerza y protéjanse. 


© 2020 Desiré 

© 2020 Pasión por los Libros. 


MEJORARÁS PORQUE ASÍ DEBE SER 


Las fiestas se acercan y deberíamos estar haciendo las compras para Navidad, pero aquí estamos, y no me imagino en otro lugar. No me gusta demostrar el miedo que tengo cada vez que te ingresan a las quimio. Sé que hasta este punto, debería ser yo quien te debería dar fortaleza, pero tu energía mamá es la que cambia el juego. Te encanta charlar con las enfermeras y hacer de tus días grises, un arcoíris del cual no solo me cuesta ver, sino que a veces tu felicidad al ver el sol, distrae hasta a la nube más gris de la tormenta. Sé que cuando las personas se desesperan intentan encontrar refugio, y tengo que confesar que ahora también le rezo a Jesús. Paso horas en la capilla del sanatorio y le pido que vuelva a la normalidad que antes solía haber. Sé que solo tengo catorce años, pero entiendo y deseo que todo mejore. 

 Es ocho de diciembre y nos dieron noticias agradables. El tumor se está achicando, y tu alegre temperamento se está agrandando. Papá nos dejó hace meses cuando vio que tu lucha era difícil de seguirte el paso. Sé que intentas entender sus razones, pero a mí me cuesta perdonarlo. Nos dejó solas, me cuesta comprarte los remedios, agasajarte con las pocas comidas que podés ingerir. Siempre decís que amar es un juego precioso si sabes jugarlo de manera limpia y concisa. Papá jugó sucio y él lo sabe. Con los meses he tratado de olvidar lo que nos ha hecho, sé que a pesar de su ausencia, mi deseo sigue siendo el mismo. Quiero que todo mejore. 

 Es veinte de diciembre y a pesar de que los resultados están cambiando, tu sonrisa se mantiene firme. El calor nos agobia, nos agota, nos miramos y nos reímos, de otro modo, ¿Qué sería de nosotras si no reímos?. A veces pretendo que nada de esto sea real, me niego a pensar que un ser tan puro y bueno tiene que sufrir todo esto. Aprieto mi mano y la pongo en mis ojos cada vez que te cedan, me escondo en el baño y lloro, sé que no hay nada que con el llanto mejore, pero no sé qué más hacer. Por el día tu rostro se alegra de tenerme y por la noche sé que intentas sentirte mejor. Cada noche atravesada es un logro grande. Por las noches aparecen pensamientos que se disfrazan de demonios y se apoderan de tu nobleza y te hacen llorar. Finjo que duermo para que también llores porque llorando también podes mejorar. 

 Es veintidós de diciembre y lo que más te preocupa es saber con quién voy a pasar Navidad. Todo el tiempo te digo que el hospital me gusta, trato de evitar contarte que algunas enfermeras no son tan agradables. A veces me dan ataques de furia donde quiero que me cocines pastel de papas y después me cae la ficha de que no debería ser tan egoísta. Sé que no estas acá por haber hecho algo malo y que me tengo que tranquilizar. Sin embargo, cuando doy mis caminatas en el atardecer, me doy cuenta de lo injusta que la vida puede ser. Pienso en la cantidad de niñas y chicas de mi edad que también están atravesando lo mismo que mi madre. Estoy intentando reemplazar mis caminatas con llantos para intentar ver el arcoíris que mi madre me dice que hay detrás de la tormenta. Es difícil verlo con los ojos cerrados, porque cuando los abro solo salen lágrimas. Sin embargo, sé que cada vez que vuelva a la habitación tengo que estar bien porque ese es el único modo de que todo mejore. Supongo. 

 Es veinticuatro de diciembre y todas las enfermeras están terminando su turno matutino. Está muy soleado, estoy usando la misma ropa de ayer y las marcas de mis lágrimas aún siguen en la manga. Hace días que no vuelvo a casa, mamá duerme mucho, y yo al contrario no quiero dormir. Sé que su doctor me ha estado buscando y lo sé. No soy tonta, tuve que crecer perdiendo a mi abuela con el mismo cáncer, perdiendo a mi abuelo,y a mi padre le habían vencido las ganas de seguir perdiendo gente por el cáncer. Tengo tíos, primos, no estoy sola, creo. Pero mi mamá es mi mejor amiga, ¿Qué voy a hacer si no te tengo?... Siento que con el cáncer estoy jugando una partida de ajedrez y todos los días las reglas cambian. Es difícil ser optimista cuando siento que pierdo hasta el aliento, sé que tengo que pensar en lo bueno. El padre de la iglesia, la tutora, y todos mis otros familiares me piden que me tranquilice, ¿Pero acaso no han visto como pierdo a todos los que quiero? Sé que debería estar fortalecida y empoderada, pero me cuesta muchísimo, porque del poco porcentaje que existe, sé que todo puede mejorar. 

 El doctor me encontró y dejé de jugar a la víctima y decidí tomar riendas. No me dio el mejor pronóstico, yo sabía que mi madre no estaba en el mejor pronóstico. Sin embargo, estamos en vísperas de Navidad, ¿Debía sentirme miserable o debía celebrar su última navidad conmigo?... Me tragué todo el coraje posible y me fui a su habitación. Ella dormía, me puse a su lado, le agarré la mano izquierda y puse mi cabeza sobre su hombro. Una enfermera, la más buena de todas, me entregó un vaso de plástico con sidra sin alcohol y cuando las agujas del reloj marcaron las doce los estruendosos fuegos artificiales brillaron en la calurosa noche de la calle Cornelia. La Navidad había llegado, me abracé con la enfermera, y lloré de alegría y de tristeza. Era difícil descifrar lo que sentía, le besé la frente a mamá y sentí una angustia terrible. Agarré el portarretrato que yacía en la mesa precaria de luz y miré aquella imagen donde estábamos las dos en el lugar más verdoso de la ciudad, era verano e intenté volver hacia aquel día donde las lágrimas eran utopía y donde vivíamos en la normalidad, si es que alguna vez fuimos tan normales de todos modos. 

 Era veintiocho de diciembre y los días calurosos persisten. A pesar de tanto llanto y sufrimiento, mi madre comenzó a mejorar. Los doctores hablaban de milagros medicinales, de aquellos que los mismos profesionales no saben describir. Mi madre no se había curado en un cien por ciento, pero el tumor se reducía de manera gradual. Supe que mis plegarias habían ayudado, pero también sabía que ella también la había luchado, porque creo que ella escuchó mis palabras en la Navidad. Con sudor mezclado de lágrimas en aquella noche, Me le acerqué al oído y a pesar de no tener fuerzas ni para hablar, se lo dije con el mismo tono que un pájaro le da la bienvenida al nuevo día. 

 “Mejorarás, porque así debe ser. Me dijiste que las guerreras podemos lograr lo que nos propongamos y hasta el día de hoy sigo creyendo en el hermoso poder de aquellas afirmaciones. Tu sabiduría me dio la libertad para amarte, y ahora quiero más tiempo para amarte con mejor calidad, por lo menos un poco más”....


Desiré





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